En un día cargado de historia y misticismo, el 13 de marzo del año 1325 marcó el nacimiento de una de las civilizaciones más impresionantes de la América precolombina: la fundación de Tenochtitlán por parte del pueblo mexica. Este evento trascendental no solo estableció las bases de una ciudad grandiosa, sino que también consolidó el destino de un pueblo que se convertiría en uno de los más poderosos de Mesoamérica.
El largo caminar de los mexicas, conocido como la “peregrinación azteca”, había llegado a su fin. Durante años, habían vagado por tierras desconocidas, siguiendo las señales de su dios Huitzilopochtli, en busca de la tierra prometida. Y fue en un islote en medio de un lago, donde finalmente encontraron el lugar que su deidad había señalado.
Situada en el corazón del Valle de México, la fundación de Tenochtitlán no solo fue un acto de asentamiento físico, sino también un símbolo de la grandeza y la determinación del pueblo mexica. Las leyendas cuentan que Huitzilopochtli indicó el lugar exacto donde debía erigirse la ciudad: un águila devorando una serpiente sobre un nopal, un emblema que hoy en día adorna la bandera de México.
La construcción de Tenochtitlán fue una hazaña monumental. Los mexicas, hábiles ingenieros y arquitectos, aprovecharon los recursos naturales y crearon una red de calzadas, canales y chinampas que convirtieron a la ciudad en una maravilla urbana. Sus edificaciones imponentes, como el Templo Mayor y el Palacio de Moctezuma, mostraban el poderío y la sofisticación de esta civilización.
La ciudad pronto se convirtió en el centro neurálgico de un vasto imperio, extendiendo su influencia desde las tierras altas de México hasta las costas del Golfo y el Pacífico. El comercio floreció en sus mercados, donde se intercambiaban bienes desde jade hasta cacao, y su red de comunicaciones permitió una administración eficiente de un territorio vasto y diverso.
Sin embargo, la grandeza de Tenochtitlán también estuvo marcada por la tragedia. La llegada de los conquistadores españoles en 1519 desencadenó un conflicto que terminaría con la caída de la ciudad en 1521, marcando el fin de una era y el comienzo de una nueva época en la historia de México